La verdad es que siempre me daba vergüenza admitir que nunca había leído Gabriel García Márquez cuando escuchaba conversaciones sobre su gran talento. Callada, asentía y sonreía a las opiniones de los demás, contribuyendo sin más a a reforzar la destreza del autor.
Afortunadamente, hace ya bastantes días derrumbé ese muro al teminar Relato de un náufrago; una de sus muchas grandes novelas. Mi encuentro con Márquez fue curioso: había oído hablar tanto de él que no me esperaba las palabras que leí. Evidentemente que la historia me cautivó y en muchos momentos me era dificil dejar el libro (aunque, realmente, no pasa mucho) ya que sentía que era yo quién estaba en esa barca, sentía los mismos mareos y olía el mismo olor a sal.
Sin embargo, ahora cuando alguien alaba Márquez, ya no asiento ni sonrío. En estilo, me decepcionó bastante. Las redundancias, el recordatorio constante y el uso de las mismas estructuras me cansaban ya al poco de empezar a leer. En algunos momentos me sorprendía a mi misma buscando inconscientemente cuantas veces una misma palabra o una misma frase aparecían en el mismo párrafo.
A pesar de todo, quiero no quedarme solo con esta impresión y espero poder coger pronto otra pieza ilustre del escritor para no quedarme con una decepción agridulce.